Como
antaño ha vuelto la nieve a Punta Arenas y Yislén me llama a la pega para
compartir conmigo su alegría de que esté nevando, es que ese silencioso manto
blanco que cubrirá por estos días la ciudad a varios vuelve más felices.
El
acontecimiento, si bien es un fenómeno, climático por cierto, fue recibido casi
como anormalidad por la comunidad porque Magallanes -los nortinos no saben- debe
ser el lugar del planeta donde se convive diariamente con el cambio climático y
las reminiscencias de nevazones de mínimo un metro de nieve que impedían abrir
la puertas para ingresar o salir de la viviendas están, desde hace más o menos
veinte años, para meros cuentos de viejos.
Pero
aún quedamos quienes evocamos los años en que se apaleaba no solo las veredas,
sino también las calles por donde transitaban los vehículos y los peatones,
como cuando no existían automóviles, volvíamos a ser dueños del centro de la
calzada.
Las
guerras de bolas de nieve eran la competencia deportiva escolar, mientras la
densidad poblacional entregaba datos que había más monos de nieve que habitantes
por metro cuadrado y, como llegaba poca fruta del norte, el postre de la estación
era nieve con leche condensada.
Inviernos
en que algunos disfrutaban esbeltos sobre esquíes y patines otros, en cambio,
arrodillados sobre trineos de madera auto construidos nos impulsábamos con
palillos hechos de palos de escoba y clavos en las puntas o nos tirábamos desde
la cuesta de calle Mexicana, Bulnes, Esmeralda u O´Higgins en Natales, mientras
en Punta Arenas Avenida Colón, Independencia, la Valdivia y Las Heras eran
las preferidas; patinar en la Laguna del Valle de las Lágrimas
y la del Parque María Behety ¡Qué vacaciones soñadas!
Dicen
que la memoria es el último recuerdo, por suerte cayeron algunos copos, de lo
contrario, para mis hijas adolescentes la evocación de la nieve sería la película “Frozen, el
Reino de Hielo”.
Fue
afortunado don Juan Mihovilovich, al
emigrar de Magallanes, de haberse quedado no hubiera encontrado título para su
novela: “Sus desnudos pies sobre la nieve”. En fin, no es por creerme el
Mesías, pero seguiré sosteniendo que hubo un tiempo en que caminé sobre el mar escarchado
de la costanera
de Natales ese será, mi último recuerdo.
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