La
primera vez que Carlos Alberto Audicio
Carrillo traspasó el paso fronterizo de Monte Aymond e ingresó
clandestino a Chile para ver a sus padres, lo hizo conduciendo un camión
argentino.
Él, por
fortuna se había ido a la Argentina días antes, dejando atrás familia, afectos
y sueños, de equipaje portaba la incertidumbre de un chico que nunca había salido de casa y el
tango “Adiós pampa mía” que se escuchaba por la radio del bus.
Cuando
decidió partir se despidió de sus amigos del barrio y compañeros del Liceo
Industrial con su acostumbrado “¡Chao Vieja!”. Entre ellos Pablo Jeria y
el Jano Olate que, posteriormente,
serían detenidos y enviados a Isla Dawson donde fueron de los prisioneros más
jóvenes de las barracas hasta el cierre del campo de concentración de la
dictadura militar.
Pablo
falleció exiliado en Estados Unidos y Jano sigue residiendo en Punta Arenas, es
un destacado deportista, profesor de educación física y actual seremi de
Deportes.
Al otro
lado del alambre, Audicio fue aconsejado que, por seguridad, usara el apellido
materno, así era conocido como Carlos Carrillo y ejerció varios oficios desde
ayudante de mecánico hasta chofer de camión recorriendo las rutas de Buenos
Aires hasta la Patagonia, asegura que el vehículo de carga lo salvó, fue su vía
de escape, pues la dictadura militar lo buscaba hasta en las desoladas
carreteras de la pampa argentina.
De esos
años guarda marcas imborrables, como ser una familia que dejó cuando, a
sabiendas que se había levantado la persecución del régimen militar en su
contra, decidió retornar definitivamente a Punta Arenas, o amistades con las
que todavía se comunica por Facebook, cebar mate y, por un accidente cargando
de fierros el camión, una inconfundible
cojera.
Puede ser
que en uno de esos tantos viajes por la desolada Patagonia Carlos Carrillo
hallara “La Leona”, esa legendaria posada a orillas del río del mismo nombre en
la Ruta 40, donde el año 1905 se alojó el proscrito norteamericano Butch Cassidy y su banda, luego de asaltar el
Banco de Londres y Tarapacá de Río Gallegos, para luego escapar a Chile y
seguir a Bolivia donde sería asesinado.
El paso
de Cassidy por La Leona, es recordado en el parador con réplicas fotográficas
de la banda y del cartel: “Se Busca”.
O habrá
leído el libro “Los vengadores de la Patagonia trágica”, del historiador
argentino Osvaldo Bayer que narra los hechos de 1920 y 1921 sobre la huelga de los peones de las
estancias patagónicas quienes liderados por el anarco sindicalista español
Antonio Soto Canalejo, se levantaron contra la explotación patronal. Soto,
luego que el gobierno argentino enviara desde Buenos Aires un ejército para
extinguir el movimiento, huye a Chile y se radica, silenciosamente, en Punta
Arenas.
Porque
tanto Butch Cassidy como Antonio Soto
Canalejo, al igual que él eran fugitivos.
Pero
Audicio, el lejano oeste solo lo conocía por las películas de la función
vermouth en el Politeama y lo que más tenía de bandido era subir con sus amigos
“El Cerro de los Ladrones”. O participar con
su equipo de la Población Williams en
“La Pandilla de mi Barrio”, ese añorado campeonato de futbol de series
menores que reunía a jóvenes de los diferentes sectores de Punta Arenas y donde
se cuenta que Vladimiro “El Pulga” Mimica, aprendió a relatar partidos.
Con Soto
Canalejo, habrían, por cierto, más semejanzas, después de todo era militante de
la Juventud Socialista y junto al Jano, estaban entre los encargados de
proteger las marchas a favor de la UP.
Hoy
Audicio tiene un taller mecánico en la casa que era de su abuela frente a donde
están ubicados los nuevos tribunales de justicia, como para recordarle,
diariamente, que siendo muchacho con él y otros se cometió una injusticia.
Aún
quedan algunos amigos, entre ellos el Jano que suele visitar a menudo el
taller. Audicio, fiel a su costumbre, le sigue saludando con un “¡Hola Vieja!”
pero como el tiempo no pasa en vano, hay cosas que han cambiado, el Jano
responde: “¡Hola Chueco!”.
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