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La historia de un joven llamado Audicio

La primera vez  que Carlos Alberto Audicio Carrillo  traspasó el paso  fronterizo de Monte Aymond e ingresó clandestino a Chile para ver a sus padres, lo hizo conduciendo un camión argentino.

Estaba el tanto que hacía unos años, el sábado 3 de noviembre de 1973, si mal no recuerda, su juvenil rostro de 19 años fue publicado en el matutino La Prensa Austral de Punta Arenas, junto a los de otros cinco jóvenes, como peligrosos extremistas buscados en Magallanes, cual rótulo de forajidos del Far West.

Él, por fortuna se había ido a la Argentina días antes, dejando atrás familia, afectos y sueños, de equipaje portaba la incertidumbre de un  chico que nunca había salido de casa y el tango “Adiós pampa mía” que se escuchaba por la radio del bus. 

Cuando decidió partir se despidió de sus amigos del barrio y compañeros del Liceo Industrial con su acostumbrado “¡Chao Vieja!”. Entre ellos Pablo Jeria y el  Jano Olate que, posteriormente, serían detenidos y enviados a Isla Dawson donde fueron de los prisioneros más jóvenes de las barracas hasta el cierre del campo de concentración de la dictadura militar.

Pablo falleció exiliado en Estados Unidos y Jano sigue residiendo en Punta Arenas, es un destacado deportista, profesor de educación física y actual seremi de Deportes.  

Al otro lado del alambre, Audicio fue aconsejado que, por seguridad, usara el apellido materno, así era conocido como Carlos Carrillo y ejerció varios oficios desde ayudante de mecánico hasta chofer de camión recorriendo las rutas de Buenos Aires hasta la Patagonia, asegura que el vehículo de carga lo salvó, fue su vía de escape, pues la dictadura militar lo buscaba hasta en las desoladas carreteras de la pampa argentina.

De esos años guarda marcas imborrables, como ser una familia que dejó cuando, a sabiendas que se había levantado la persecución del régimen militar en su contra, decidió retornar definitivamente a Punta Arenas, o amistades con las que todavía se comunica por Facebook, cebar mate y, por un accidente cargando de fierros el  camión, una inconfundible cojera.

Puede ser que en uno de esos tantos viajes por la desolada Patagonia Carlos Carrillo hallara “La Leona”, esa legendaria posada a orillas del río del mismo nombre en la Ruta 40, donde el año 1905 se alojó el proscrito norteamericano  Butch Cassidy y su banda, luego de asaltar el Banco de Londres y Tarapacá de Río Gallegos, para luego escapar a Chile y seguir a Bolivia donde sería asesinado.
El paso de Cassidy por La Leona, es recordado en el parador con réplicas fotográficas de la banda y del cartel: “Se Busca”.  


O habrá leído el libro “Los vengadores de la Patagonia trágica”, del historiador argentino Osvaldo Bayer que narra los hechos de 1920 y 1921  sobre la huelga de los peones de las estancias patagónicas quienes liderados por el anarco sindicalista español Antonio Soto Canalejo, se levantaron contra la explotación patronal. Soto, luego que el gobierno argentino enviara desde Buenos Aires un ejército para extinguir el movimiento, huye a Chile y se radica, silenciosamente, en Punta Arenas.

Porque tanto  Butch Cassidy como Antonio Soto Canalejo, al igual que él eran fugitivos.

Pero Audicio, el lejano oeste solo lo conocía por las películas de la función vermouth en el Politeama y lo que más tenía de bandido era subir con sus amigos “El Cerro de los Ladrones”. O participar con  su equipo de la Población Williams en  “La Pandilla de mi Barrio”, ese añorado campeonato de futbol de series menores que reunía a jóvenes de los diferentes sectores de Punta Arenas y donde se cuenta que Vladimiro “El Pulga” Mimica, aprendió a relatar partidos.

Con Soto Canalejo, habrían, por cierto, más semejanzas, después de todo era militante de la Juventud Socialista y junto al Jano, estaban entre los encargados de proteger las marchas a favor de la UP.

Hoy Audicio tiene un taller mecánico en la casa que era de su abuela frente a donde están ubicados los nuevos tribunales de justicia, como para recordarle, diariamente, que siendo muchacho con él y otros se cometió una injusticia.




Aún quedan algunos amigos, entre ellos el Jano que suele visitar a menudo el taller. Audicio, fiel a su costumbre, le sigue saludando con un “¡Hola Vieja!” pero como el tiempo no pasa en vano, hay cosas que han cambiado, el Jano responde: “¡Hola Chueco!”.

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