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Gorilas en el diván

Dicen que el cocodrilo llora cuando devora a su presa, no está claro si es de pena o felicidad por lo que está engullendo.

Algo un tanto parecido, si se quiere, habría ocurrido con algunos de los gorilas que cumplen penas en la Cárcel de Punta Peuco por cometer delitos de lesa humanidad durante la dictadura militar.

Trascendió que aunque los gorilas suelen golpearse el pecho victoriosos, pero no sus culpas en la capilla del penal, hubo varios que tendidos en el cómodo diván del siquiatra confesaron estar estresados, porque si bien tener el control y dominio absoluto sobre el cuerpo y la voluntad de una persona es fascinante, la pega de torturar, se torna a veces exasperante.

Aseguran los gorilas que ellos, a diferencia de lo que la gente cree, no tienen sangre fría como los reptiles, sino que la tienen caliente, suelen ser emotivos y por el bien que le hicieron al país tienen secuelas graves, como ser dedos chamuscados ya que en ocasiones por estar tan ensimismados y apresurados por hacer su faena se les confundían los cables al momento de aplicar corriente y las chispas saltaban a sus meñiques, índices o anulares.

Agregan que por el esfuerzo de amarrar a los detenidos al potro, la grotesca  imagen de gente desnuda colgada, sacarles las uñas, dientes, romperles los tímpanos, quemarlos con cigarrillos y sopletes o asfixiarlos en agua u orín, cualquiera gorila, por más preparado que esté, queda  agobiado.

Ni que decir de violar personas, de uno u otro sexo, introducirles objetos o líquidos hirviendo en fosas nasales y genitales, incluso ratones “cómo no va quedar uno estresado”; o ver como se comen sus propios excrementos “¡dígame doctor, que no es asqueroso!”

Pero sobre todo escuchar falsos lamentos, súplicas banales, lloriqueos mentirosos, gritos sordos, latidos extraños y ese horripilante chasquido de huesos astillados que hace ¡crack…crack, crack, crack! “Entenderá doctor que aunque el nuestro sea un noble trabajo es, también, de los más amargos, porque torturador que se precie queda traumado”.

Comprendió entonces el medico que la siquis del gorila es un desastre y sumado a que en estos tiempos globalizados los oficios artesanales tienen poca demanda, casi están desapareciendo, le diagnosticó al simio un estrés postraumático severo, que lo inhabilitaba para trabajar y le sugirió que tramitara, cuanto antes,  su  pensión de invalidez laboral.
 

Pero hubo quienes cuya alma sólo tiene cabida para el odio y la venganza que cuestionaron la pensión para el gorila, olvidando que en Chile hay igualdad ante la ley y si a las víctimas las cubre el Prais, tienen reparación económica, ¿por qué no podría hacerse lo mismo con el victimario? ¿o acaso no saben que durante la tortura sufre la víctima y  enloquece el verdugo? 

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