No estuvo preso
como Mandela, pero por eso de “Justicia en la medida de lo posible” y la
reconciliación, como que se parecen. Con Allende y Pinochet el vínculo es claro,
su destino fue estar íntimamente ligados, del primero fue golpista y del
segundo férreo opositor, pero a ambos sobrevivió en vida.
Si con alguien
se puede compararlo, sería con Giulio Andreotti, no solo porque la política partidista
democristiana tanto en Chile como en Italia no puede explicarse sin ellos, sino
por esa postura encorvada que se fue acentuando con los años, además de la
astucia y estar conscientes que en el quehacer político a veces es necesario
hacer el mal para preservar el bien común. Pero, a diferencia de Andreotti, a
Patricio Aylwin nunca lo juzgaron, salvo uno que otro juicio popular de
aquellos que nunca le perdonaron que en el 73 golpeara las puertas de los
cuarteles.
De su gobierno
de transición algunos prefieren recordar la Comisión Rettig, otros la Ley Indígena, o agradecerán que actuara como un enérgico abuelo y no como un patriarca.
Habrá quienes
rememorarán su liderazgo en la Concertación de Partidos por la Democracia, ese conglomerado político
variopinto que como la fábula de los puercoespines que en una noche helada se
agrupan para darse calor y para evitar herirse entre ellos supieron mantener la
distancia media que los salvó de morir congelados.
Porque Aylwin,
Silva Cimma, Sule y Lagos, incluso Almeyda, tenían espinas muy duras y hasta
venenosas, pero encontraron la forma de convivir sin hacerse daño, o que la
herida sangrara menos, de lo contrario acabarían escarchados o apaleados por
los gorilas, había que hacer el esfuerzo después de todo estaba en juego el
destino de la democracia.
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