La navidad viene a pasos agigantados y el “Amigo secreto”, también, ese tradicional juego de obsequiar regalos anónimos, presente en todas las instituciones y organizaciones.
Ya se acerca a nuestros lugares de trabajo la
temida bolsita repleta de papelitos con nombres de compañeros y compañeras de
trabajo, una tradición que según algunos surgió en Escandinavia, para otros en
Norteamérica, Israel o Palestina, sin embargo, como también se dice que nació en
Venezuela, en el año 1800, es altamente probable que la trajera a Chile, Andrés
Bello, entremedio de sus ideas del Código Civil.
Nadie se puede negar, puede uno durante las
fiestas patrias excusarse de bailar cueca, pero no querer jugar al amigo
secreto ¡Jamás!; por cierto, hay excepciones, el caso de objetores de
conciencia religiosos, son los únicos que están salvados, el resto, para no
pasar por el agrio del grupo, no quedará más que sumarse a la fila para sacar el
papelito. Una vez conocido el nombre de nuestro “amigo secreto” comienza el
devaneo de sesos sobre qué regalar, trayendo consigo pesadillas y, en algunos
casos, hasta depresión.
"El juego del amigo secreto" es más
popular y transversal que La Fiesta de los Abrazos, con que los comunistas
festejan el nuevo año. Es cien por ciento democrático y, para evitar
preferencias, sobre a quién regalar, esto lo decide el azar. Si a
uno le sonrió la suerte le toca alguien de quien conoce sus gustos e
inclinaciones, de lo contrario, no queda otra que adivinar.
Vaya entonces una sugerencia, como lo primero
que se nos ocurre es regalar chocolates, no siempre es adecuado, más de una vez
me ocurrió que regalando chocolates, si bien yo creía que quedaba casi como
“Mejor compañero de curso del Rotary Club”, la persona a quien se lo regalé, no
halló nada mejor que decir a viva voz: “¡Gracias! a quién me lo regaló, pero a
mí no me gustan los chocolates”. De ahí en más, borré del listado de regalos
los chocolates e incluí a los caramelos.
En otra ocasión, sin ánimo de recriminación,
mi amigo secreto encontró que mi regalo era una bagatela, quise decirle que, si
uno desprecia el obsequio pequeño, no tiene derecho a recibir el grande, pero
me contuve, porque el nombre de quien regala no puede revelarse.
Para evitar lo anterior, nadie se vaya a
encalillar o regale poco menos que un Súper 8, se acuerda una suma máxima, pero
quien la sobrepasa, en lugar de quedar bien, a ojos de todos los funcionarios, por
no respetar las reglas, queda más bien mal.
Algunos equipos optan porque se conozca la
persona que obsequió y sea ella misma que entregue el presente, creo que ello
no es acertado, perdería la esencia misma del juego, esa inquietud de saber
quién a uno le habrá regalado. Mantener la reserva del nombre se protege más
que secreto de Estado y uno se compromete a no divulgarlo, aunque lo sometan a
la jaula de las ratas, uno se lleva el nombre hasta la tumba.
Para evitar vivir situaciones incómodas, como
que los funcionarios, al igual que los niños, se amurren porque no
le gustó el regalo, hay quienes publican un checking de las cosas que gustan y
disgustan, tal cual listado de regalos de matrimonio, ello tampoco lo comparto,
va en contra del acto de obsequiar, se regala lo que uno cree le puede agradar,
pero no lo que el otro prefiera, de no ser así el mejor obsequio sería un sobre
con el dinero y que nuestro amigo secreto se compre lo que él quiera
Como Simón Rodríguez, mentor de Simón
Bolívar, solía decir: “Innovamos o erramos”, en ocasiones pienso qué pasaría si
en lugar de jugar al "Amigo secreto”, jugáramos al “Enemigo secreto”, mi
escritorio estaría abarrotado de regalos, no solo de mi “enemigo secreto”, sino
de muchos más, creo ser un tipo especial, harto me esmeré la vez que a mi amigo
secreto que iniciaba el tratamiento de alcoholismo, le
obsequié una botella de Chivas Regal o el año que regalé un frasco
de ají de exportación para el que sufría de hemorroides y, cómo olvidar, esos
exquisitos bombones azucarados para el amigo secreto diabético; por cierto, más
de una vez me equivoqué, pero en este juego la intención es lo que vale
¿cierto?
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