En el capítulo Las migraciones del tercer milenio del libro Migración
e intolerancia, Umberto Eco señala: "la civilización romana era una
sociedad de mestizos" y, bien sabemos, que en dicha civilización están los
pilares de Occidente y la Europa de hoy.
Hace unos días el Presidente argentino, Alberto Fernández, dijo a
su par español: “los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la
selva, pero nosotros, los argentinos, llegamos de los barcos”, declaraciones típicas para lo que hasta no
hace mucho conocíamos como el Día de la Raza.
Pero, Alberto Fernández, no hace más que
verbalizar lo que está en el inconsciente
colectivo de la élite política, social y económica argentina y que el lingüista
holandés Teun Van Dijk, entrevistado en marzo del año 2004 por el periódico La Voz del Interior
de Córdoba, expresó de modo siguiente: "el racismo argentino es un racismo europeo",
agregando que “las élites blancas y
sobre todo las élites simbólicas (políticos, periodistas, profesores e investigadores), dan el mal ejemplo. En mi opinión
preformulan el racismo en la sociedad, de modo que tienen la primera responsabilidad
por lo que se dice y escribe sobre inmigrantes, minorías y gente no europea”.
Aunque el Presidente Fernández se asuma de izquierda ello no es inconveniente, por cuanto, siguiendo a Van Dijk “El racismo no es derecha o de izquierda, sino del grupo dominante blanco(...). En Argentina y en América latina tampoco hay una diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha con respecto al tratamiento de los indígenas y negros”.
Así, entonces, Alberto estaría más cerca del pensamiento europeizante de Domingo Faustino Sarmiento, considerando que en el artículo “Poblar de signos el desierto: alusiones y elusiones en el ‘Facundo’ ”, Mónica Scarano reproduce opiniones dadas por Sarmiento a un periódico chileno un año antes de publicar su Facundo “Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que estén en posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América, en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra.”, afirmaba Sarmiento.
Y, por cierto, lejos del pensamiento de los próceres de la Logia Lautarina,
entre ellos José de San Martín, quien era mestizo y Manuel Belgrano, no
solo porque el grupo de patriotas denominó
con el nombre de un mapuche al grupo que los reuniría, sino también porque San Martín
y Belgrano, soñaron instalar una monarquía
en las Provincias Unidas en Sudamerica, gobernada por un Rey Inca, Juan Bautista Tupac Amaru.
Tal hecho histórico debió haberle dado a Sarmiento vergüenza ajena, considerando la visión que tenía de los indígenas “Colocolo, Lautaro y Caupolicán, no obstante los ropajes civilizados y nobles de que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos, a quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos colgar ahora, si reapareciesen en una guerra de los araucanos contra Chile”, opinaba Sarmiento, según se rescata en el texto de Scarano.
Si bien el sueño de Belgrano en la práctica se frustró, al menos lo plasmó en el emblema nacional del
país trasandino, porque si los argentinos vienen de los barcos europeos, como
dice Alberto, ¿qué diablos hace un Sol Inti, al centro de su pabellón patrio?
¿por qué, el actual Presidente no propone cambiarlo por el círculo de 12 estrellas amarillas, símbolo
de la perfección, que tiene la bandera de la Unión Europea? agregándole, por
cierto, una décimo tercera estrella al centro para representar ¡A la Argentina, Carajo!
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